30.5.06

Las nubes no huelen, apestan. Simsum, simsum.

Así, sin matizar, no soporto a las feministas. Para mí son tan ridículas como los machistas, pero encima están bien vistas y eso hace que me caigan peor aún.
En las series de la tele, sobre todo en las españolas, siempre veo la misma situación: él dice algo, ella suelta un moco, él le pregunta si tiene la regla. Y ella se indigna. ¿Por qué? ¿Acaso soy la única mujer de España que se vuelve un pelín irascible cuando menstrua? ¡Pero si es verdad, joder!

La primera víctima fue mi madre. Quizá yo también era la suya, quién sabe. Después pasó a compartir el premio gordo con el comandante. Y de tres años para acá, desde que mis padres se emanciparon, él tiene el dudoso placer de ser el único beneficiario de mis iras reglosas. Porque el resto de la población mundial no me molesta durante esos días más que de costumbre, pero él, él parece que no tenga otra meta en la vida que sacarme a mí de mis casillas. El pobre.

Esta mañana, salgo de casa a las 8'15. Llueve y yo llevo sandalias. Llueve y me acabo de lavar el pelo que se me va a quedar como una escarola con la humedad, seguro. Llueve y me he tenido que poner la americana negra encima de la camisa a rayas blancas y azules porque tras diez minutos plantada delante del armario no he encontrado nada que combinara mejor. Pero no importa. Subo al metro, bajo, desayuno en el bar, entro al hormiguero. Paso cinco horas estupendamente, atendiendo llamadas, repasando unos textos, picando otros... y todo con una sonrisa, oye, que no se diga.

Son las 14'00. Me voy a comer a casa. Ya en el metro empiezo a recordar que hoy hay pizza para comer y, como él no come esas cosas, no va a saber prepararla y lo voy a tener que hacer yo y se me va a hacer tarde; que ayer me dejó colgada delante del ordenador cuando buscábamos hostales porque al señor ya no le apetecía (sí, le prometí que no enfadaba. Y qué, era mentira, joder); que esta noche cuando vuelva voy a tener que bañar a Jeffrey (y que él no ha bañado a los perros en su vida)... Total, que al entrar en casa y cruzarse nuestras miradas, antes incluso de que un simple "hola" saliera de mi boca, el comandante ya preguntaba "¿Qué he hecho?"

Qué pregunta tan tonta.

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