Si cada fin de semana fuera puente

Yo, si cada fin de semana fuera puente, quisiera irme contigo a la montaña. Fumar porros en un prado hasta que nos parezca que entendemos la conversación entre dos pajarillos, retorcerme de risa con tu séquito de moscas amaestradas y adentrarme en el bosque para buscar piñas/pelota que lanzarle a los perros. Escuchar atentamente cómo l'Aram, ese personaje que con esto en los pies y solo veintidós añitos a sus espaldas te cita a Lluís Llach como si tal cosa, nos explica las reglas de juego de les bitlles catalanes; sentarnos junto a la familia de un cantautor ciego y plasta (no por ese orden necesariamente) y dirigirnos miradas de soslayo intentando reprimir la carcajada en cada estribillo, e indignarme cada vez que me haces notar cómo se neutralizan mis vocales cuando hablo con un nativo. Odiarte un rato y olvidarme del por qué, y descojonarnos después cuando logro recordarlo, y mendigar un puñadito de pienso entre los habitantes del lugar.
Le doy vueltas y más vueltas y no se me ocurre un plan mejor. Bueno, o a lo mejor sí, pero no cuenta porque ese sitio no existe.