18.10.06

Érase que se era

La princesa Boludita es la más linda del lugar. Ya al nacer, no hace tanto todavía, las tres hadas le concedieron todos los dones. Pero un día, siendo ella ya un poquito mayor, su precioso reino de plata se oscureció bajo la influencia de la bruja del oeste y, cuando un príncipe azul destacó a sus ojos entre los muchos que se batían en duelo día y noche ante su palacio, nuestra niña se subió con él a su monopatín y ambos viajaron muy, muy lejos, casi al otro lado del mundo.
Ella lo intentó con todas sus fuerzas, pero no pudo. No era culpa suya; es que aquella bruja malvada, celosa de la belleza y el donaire de la princesita, añadió un maleficio al encantamiento de las hadas, condenándola a no ser capaz de permanecer eternamente junto a ningún príncipe. Desde entonces, grandes caballeros han pasado por su vida; todos y cada uno de ellos intentaron retenerla para siempre y ninguno lo consiguió. De momento.
Hace unos días, Boludita regresaba a su castillo en su motocicleta real cuando la malvada hechicera volvió a hacer de las suyas: giró volando tres veces a su alrededor (nadie lo vio, nadie notó nada, porque se supone que estas cosas no pasan y no se les presta atención) y el ciclomotor, pofpofpofpof, se paró. Qué contenta estaba la arpía, oh, cómo reía y se vanagloriaba de su maldad. Pero las tres hadas, siempre atentas, no se iban a quedar de brazos cruzados. Sabían que ésta era una buena ocasión para intentar acabar con el aojamiento y, además, no podían dejar pasar la oportunidad de darle una lección a la pérfida bruja. Así que, cuando nuestra niña estaba ya desesperada, echando humo por sus orejillas ante tamaña afrenta del destino (pues a él culpaba la inocente princesita), un nuevo caballero apareció en su camino. No era este hidalgo como aquéllos otros que antaño combatían por su amor, no. Éste no era guapo, ni joven, ni siquiera rockero, pero tenía en cambio la disposición y capacidad de deshacer el entuerto. Se puso manos a la obra, y no cejó en su empeño hasta que encontró la causa del problema: la bruja, la muy bellaca, había robado un tornillo. Como ya hiciera una vez aquél que acabó desposando a Cenicienta, empezó a probar y no paró hasta que encontró la pieza que se adaptaba perfectamente al carburador real; probó una, probó dos, probó tres... y a la sexta fue la vencida. Boludita podría llegar a su castillo sin más contratiempos.
Una gran tormenta estalló en ese preciso momento: la bruja estaba furiosa, muy furiosa. Esta vez no había logrado salirse con la suya. Por su parte, las tres hadas danzaban cogidas de las manos, reían, aplaudían, estaban como locas de contentas: no solo la niña estaba sana y salva sino que, quién sabe, quizás la maldición la habría abandonado.
Pero esto no lo sabremos hasta que el próximo príncipe azul se cruce en su camino. Hasta entonces, queridos niños y niñas, colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

5 comentarios:

Harapos dijo...

Es la evolución... de encajar un zapato de cristal en pies algodonosos, a encajar tornillos en la fiesta de las tuercas de alguna discoteca teenager. Menos mal que la de tu cuento iba pegada a una motocicleta (le quita frivolidad al asunto)

Antonio Latorre Jimenez dijo...

Seguro que lo siguiente va a ser un terrible problema con las cañerias del castillo y se aparecera un principe fontanero.

nadadora dijo...

No sé yo si llamándose Boludita se librará de la maldición, igual es un cambio de nombre lo que le necesitaría. Qué bien sirven los cuentos para todo.

Anónimo dijo...

¡¡ Es la misma bruja ke me mandó a mi la misma maldición!!

vilipendia dijo...

harapos, sí, los tiempos modernos.

sr. cotilla, pues seguro, porque es lo que tiene esta princesa, que no hacen más que aparecerle príncipes azules por doquier.

nada, igual sí que va a ser el nombre, sí. Pero de cambiárselo ni hablar, a estas alturas, ja. La culpa es suya por ser argentina. (Y sí, pa' to' valen, lo mismo pa' un roto que pa' un descosido).

mm, es que las brujas malas de cuento siempre persiguen a las princesitas.