Some days ago entré por primera vez en mi vida en un sex shop. No es que lo haya estado evitando hasta ahora, sencillamente no había surgido la ocasión. Y, como todo sobre lo que se tienen ideas preconcebidas durante demasiado tiempo, me dejó un poco igual. Como cuando el comandante vio E.T. por primera vez hace tres años: no le gustó.
Un espacio más bien oscuro, forrado de fotos de lascivas y rubias muchachas introduciéndose objetos cilíndricos por la parte de abajo, con una especie de confesionarios alineados en la parte derecha de la tienda y unas estanterías llenas de cositas de lo más variopintas. En medio, tras el mostrador, un poco elevado sobre el nivel del suelo, el dueño. Un señor en sus cuarentay, bajito, calvo, triponcete: aquí no me falló la imaginación, era tal y como esperaba.
Estuvimos el comandante y yo echando un vistazo, juntos, comentando en voz baja todo lo que veíamos (no sé por qué hablábamos en voz baja, supongo que para no molestar al señor que se había metido mientras tanto en uno de los cubículos), como dos adolescentes. Antes de entrar nos habíamos dicho: pues a ver si compramos alguna cosilla... Pero lo que veíamos no nos despertaba más que curiosidad. Así que al cabo de un rato nos despedimos del estereotipado caballero y abandonamos el edificio.
A la salida había un escaparate medio escondido en el que no habíamos reparado la primera vez. Ahora lo inspeccionamos con la seguridad de quien ya conoce el terreno. Descubrimos una enorme gama de lubricantes y aceites de masaje de todas las texturas, consistencias, olores, sabores y colores imaginables que no habíamos visto en el interior. "Esto mola ¿no?" le dije al comandante. Él estuvo de acuerdo, así que nos dispusimos a echar una segunda ojeada antes de decidirnos. Pero claro, decidirnos, ¿basándonos en qué? "Pues pregúntale al señor", le propuse, dando por sentado de antemano que yo no pensaba coger las riendas de la situación... El comandante dudaba de la voluntad de colaboración del hombre, pero le convencí.
Volvimos a entrar y nos dirigimos directamente al mostrador elevado; entonces vimos que todos los potecitos del escaparate estaban detrás de él. Tras la consulta, el hombre nos miró con una media sonrisa, respiró hondo y empezó su espectáculo. Diez minutos, que se dice pronto, oyendo maravillas sobre las decenas de geles que tenía a la venta. Aprendimos un montón, eso sí. Y, al final, cuando yo ya estaba con los codos apoyados en la mesa aguantándole la mirada, sonriéndole incluso, al ser que estaba poniendo en duda sin inmutarse mi capacidad de lubricación, nos mostró su producto estrella: el lubricante 100% líquido. "Desde que salió a la venta en España, en mi casa no entra otra cosa". Y claro, tras semejante afirmación, nos convenció.
25.5.06
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