Los viernes, al salir del trabajo, en lugar de ir en metro como siempre, cojo el autobús. Tarda más, pero es mucho más entretenido. Lo que pasa es que, obvio, me distraigo más fácilmente. Leyendo, me refiero. Entre mirar el paisaje y las posibles conversaciones de los otros pasajeros me pierdo cada dos por tres. La mayoría de las veces eso me molesta sobremanera, me enfado conmigo misma, pero es que no lo puedo evitar. La vida de los demás siempre me parece interesantísima, sobre todo cuando no me la explican a mí directamente. Pero a veces encuentras verdaderas perlas. Como hoy.
En los asientos situados inmediatamente detrás del mío viajaban dos señores de mediana edad. Compañeros de oficina, supongo. Al principio conversaban sobre coches. Uno de ellos estaba indeciso entre tres modelos y el otro le aconsejaba. Cuando ya estaba a punto de cambiarme de asiento, oigo:
-Bueno, ¿y tú cómo estás de lo tuyo? ¿Todavía tomas pastillas?
-Uy, qué va. Estoy estupendamente bien.
-Oye, pues no sabes cómo me alegro. Porque has estado tiempo...
-Pues mira, más de dos años. Es que me he comprado un perrillo. Un caniche chiquitín. Bueno, de los chiquitines chiquitines no, que son muy birriosos, parece que se vayan a romper... El mío es un poco más grande. Rufo se llama. Es una birguería el chucho. Tiene el pelito rizaaado rizaaado...
-Ahhhhh... Claro, es que dicen que se les quiere mucho. Que hacen mucha compañía.
-Pues sí, la verdad es que sí. Además, tiene unas cosas... El otro día precisamente, iba paseándole y de repente nos encontramos con una rejilla muy grande en el suelo. Pues no quiso pasar. Pero que no hubo manera; yo venga estirarle, pero nada. Se quedó clavado en el suelo, haciendo fuerta con las patitas. Temblaba. Primero me enfadé, pero luego pensé "pobrecillo, pues él también tiene sus miedos..." Y di toda la vuelta con él.
24.2.06
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8 comentarios:
"Él también tiene sus miedos", me encanta. Yo como no puedo leer en el autobús porque me mareo... ya tengo excusa, que tampoco me hace falta, es fascinante escuchar sin tener que decir ni pío, ahí oculta. Confieso que a veces he quitado el volumen y me he dejado los auriculares puestos para que piensen que no oigo nada y hablen con tranquilidad. Y que a veces también, si me he quedado a medias por culpa de una parada inoportuna he pensado: "vaya".
Qué práctico es lo de los auriculares en la oreja. Si pones cara de alelada mirando por la ventana, ya los tienes en el bote. Yo lo hago siempre. Primero tanteo la conversación. Si veo que promete, disimuladamente, apago el discman y giro la cabeza hacia el infinito. Y, ala, a disfrutar.
Yo entiendo perfectamente a este señor. Mi Saco de Mierda también tiene fobia a las rejillas y yo también doy toda la vuelta con él. El Antonio, en cambio, tiene fobia a los ruidos fuertes.
Pues sí, los míos, Chufri y Adolf (que nunca les menciono, a los pobres), les tienen fobia a las dos cosas, son muy completitos.
¿Y cuándo estás en el restaurante y tienes una mesa cerca? Ahí no hay auriculares ni libro que te salven el pellejo, es tu capacidad de disimular contra la capacidad de observación del espiado. A mí cualquier día me partirán la cara...
Muy bien, nadadora, te estás aplicando.
Como el otro día con el Àngel Llatzer... jejeje. Bueno, en esa ocasión me la hubiesen partido a mí.
jejejejejejejejeje....
Intento aplicarme, lo intento...
Lo del miedo, muy bueno...
Yo también hago lo de los auriculares.
Fili: no puedes soltar lo del Àngel Llatzer y quedarte tan fresca. Queremos saber.
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