Que no, que no, que no.

Ay. Qué cosas.
Este fin de semana, además de, viene mi primo el vasco de visita. ¡Albricias!
Mi primo el vasco tiene mi edad y nos conocemos básicamente porque de críos veraneábamos juntos en Marbella. Él y su hermano pequeño disfrutaban atormentándome, a mí, la niña más pánfila que ha habido en la faz de la tierra. Me levantaban la falda, me tiraban del pelo, me hundían en el agua. Valga decir que el cerebro de esta organización criminal era siempre el mayor, que era más malo que un dolor; el otro no era más que un simple sicario. Mis abuelos, con quienes yo pasaba aquellos veranos, habían contribuido notablemente a alimentar tanto a la victimista víctima como a los monstruosos monstruos. Lo que ellos no sabían es que a mí, en el fondo, me encantaban mis primos. Recuerdo un año, debíamos de rondar los ocho porque yo en las fotos aún luzco las paletas enteras, (un par de veranos después se quedaron en la Alameda) en que fuimos, en nuestro rito anual, al parque de atracciones de Benalmádena. Después de pasar más de doce horas allí, luchando, protestando, llorando y puteando, nuestra familia no daba crédito al ver cómo nos habíamos quedado dormidos los tres, en el asiento trasero del coche, cogiditos de la mano.
Ha llovido mucho desde entonces (sobre todo estos últimos días), y mi primo y yo nos hemos convertido en personas adultas, más o menos responsables. Ya no veraneamos en Marbella y solo nos vemos cuando él viene a mi ciudad o yo voy a la suya, lo cual no sucede muy a menudo. Pero, amigos, hay cosas que nunca cambian. Hablando ayer por teléfono, concretando la hora de su llegada y otros detalles, me comenta, como quien no quiere la cosa, que justo este viernes actua aquí un grupo liderado por una de las actrices a las que más detesto del panorama nacional, cuyo primer disco, por más que me joda reconocerlo, era muy bueno.
Que le acompañe, dice. Ja.