Oh, Fortuna!

Ayer hablé con mi ex-compi el cinéfilo. Qué alegría y qué alboroto, madre mía.
A pesar de que él recibió puntualmente informes pormenorizados sobre mis aventurillas veraniegas, yo no había recibido ni una triste reseña de las suyas; a ver si no es sieso el tío. Así que tuve que llamarle para escuchar de su viva voz, salpicada de constantes e inconscientes imitaciones de los grandes genios del humor español (¡jal, no puedol!, sí, a estas alturas, qué le vamos a hacer), en qué había consistido su paréntesis vacacional. Con un pack vuelo+hotel, se ha pasado cinco días en Florencia tan ricamente; todo un aventurero está hecho. Que es muy bonita, Florencia, vaya que sí. Con su poquito Duomo, sus Uffizzi, su Ponte Vecchio... todo muy renacentista y muy tal. Pero, oh, Fortuna!, le tenía el destino una broma preparada en la Piazza della Republica, porca miseria! Y es que, mientras esperaba pacientemente a que su novia saliera de una tienda, le pareció ver entre la multitud un peinado peculiar. Sí, realmente era muy peculiar, y no solo eso, sino que no le era del todo desconocido. Y cuando se fijó un poco más descubrió... ¡que era Tim Burton! ¡El único, el más grande, el inconfundible! Pero un río de gente lo arrastró, al pobrecito Tim. Y, en consecuencia, un río de llanto arrastró al pobrecito cinéfilo, con su cámara preparada en modo retrato y su mejor frase en inglés en la punta de la lengua. Yo creo que ayer, mientras me lo explicaba, habiendo pasado quince días, aún lloraba, criaturita mía.
Y me recordó tanto a mí; allí, en Benicassssímmmm...