1.2.06
Traumas II
Cuando era adolescente, allá en el 92-93, entré en contacto con un par de hermanos chico-chica que tenían un perro, Cobi. Sé que a simple vista este detalle parece irrelevante, pero no lo es, no lo es. No entraré en detalles, sólo comentar que los conocí allí donde veraneaba y pasaba los fines de semana con mi familia. Él tenía mi edad, que entonces rondaba los 16; ella era un par de años menor. Eran gente rara, amigos. Escalofriante. Incluso desagradable.
El caso es que a mí al principio me caían bien, eran majos. Íbamos a la piscina, jugábamos a fútbol, creo que yo hasta me morreé (qué lindo concepto) con él una vez. En fin, lo normal. Hasta el día, lo recuerdo perfectamente, en que, charlando toda la chiquillada en el césped de la piscina, empezamos a hablar de nuestros perros. Por aquel entonces mi familia y yo sufríamos a D., que a parte de las peculiaridades que ya expliqué sobre él, tenía otra característica, ésta no tan peculiar dada su perrunidad: tenía un cojín viejo que se follaba cuando le daba la gana, que para eso era suyo. Pues bien, a mí me dio por contar esta particularidad de D. al grupo, que se rió, tal y como yo esperaba, haciendo comentarios jocosos al respecto. Se rieron todos, menos ella. Una expresión de desagrado subió a sus labios, acompañada con un "¡¡qué asco!!"... "Bueno, no sé, el cojín es suyo, nadie más lo usa...", dije yo. "Ay, pero es asqueroso, ¿no? Luego el cojín todo el día por ahí tirado, no sé... Nosotros a Cobi le hacemos pajas. Luego nos lavamos las manos y listo..."
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3 comentarios:
¡Ah! ¡No me lo puedo creer! ¡Quítame esa imagen! ¡Quítamela, por Dios!
que soy yo, la Fili, que se me ha ido la mano con mi otra blog... perdón.
Gracias por la aclaración, viatrix. Pensé que había quedado claro...
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