27.1.06

Hecatombe nuclear

Yo trabajo en un sitio extremadamente fashion. Y además desde no hace mucho.
Hacía ya un par de días que venía notando un actividad intestinal poco habitual. Debo aclarar que yo la expresión "como un reloj" sólo la asocio a una muchacha vestida de rojo desayunando en una cocina inmaculadamente blanca; a mis procesos digestivos el fundamento teórico del conductismo se la trae al fresco. Supongo que el hecho de ser una vegetariana que no come ni verdura ni fruta debe tener algo que ver. A principios de semana Mi Novio el Cinéfilo me preparó para cenar un plato combinado de espinacas, garbanzos y champiñones salteados. Y claro, estos componentes, entreverados en un recipiente no apto para ello como es mi estómago, son una bomba de relojería. Y esa bomba ha estallado precisamente esta mañana, en el curro.
En la oficina hay dos excusados: uno para los mozos (que son minoría absoluta) y otro para las mozas. Todo con muy buen gusto, con sus puertas correderas y sus lavamanos colgantes. Y la puerta compartida da justo a la mesa de reuniones. La cancela del cubículo destinado al sexo femenino hace ya algunas semanas que no cierra bien, con lo cual una, con lo pudorosa que es, tiene que hacer sus necesidades prácticamente como si estuviera en medio del estudio. Eso normalmente no es problema, mientras consigas mantener el equilibrio ejerciendo presión sobre el quicio sin apartar la vista del hueco del wc. Pero desde luego el lugar no reunía, ni muchísimo menos, las condiciones necesarias de seguridad física y acústica que mi experiencia intestinal de hoy requería. Así que, más o menos a la mitad del proceso, un ruido seco y contundente se escapó aprovechando, el muy bandido, la rendijilla que la avería en el sistema de cierre permitía. Ahí casi me muero. Pero tras unos segundos con las manos en las mejillas y la boca abierta, cual Macaulay preadolescente, llegué a la conclusión de que el sonido había sido realmente tan tan seco y tan tan contundente que había pocas probabilidades de que fuese identificado desde fuera como lo que era, un señor pedo.
Pero lo peor estaba aún por llegar. Una vez consumado el acto, tanteo con la mano sobre la tapa de la cisterna, sin mirar, buscando la sempiterna cajita de cerillas (supongo que todos sabéis lo eficientes que esos palillitos con cabeza de fósforo son en estos casos). Pues bien, sempiterna creía yo que era la caja, y muy equivocada estaba, pues ni un triste mixto hallé. Desesperada, fui hacia el armario donde dejo la chaqueta, y una vez abrigada salí como una exhalación directa al supermercado, con la esperanza de volver a tiempo para salvar la vida a alguno, al menos a alguno, de mis inocentes compañeros. Mientras salía alcancé a ver con el rabillo del ojo a una de ellas dirigirse al epicentro del peligro...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajajjajajajajjaja... que me meo, por Dior. Pero no acabo de entender el papel de las cerillas en esta historia. ¿Qué hace una caja de cerillas sobre la cisterna del wáter? ¿No provocaría, el fuego, una explosión como la de Santa Coloma de Gramanet? ¿Y qué fue de aquel arcano ritual tuyo, aquel "caca-caca-caca"?

vilipendia dijo...

sepas, amiga filibustera, que un fósforo encendido tras la evacuación es más efectivo que el ambientador ese que anuncia el crío chinito... se come el olor. La verdad es que explicación científica no tengo, quizá podrías elaborar una teoría al respecto.
En cuanto al mantra, creo haberte explicado que desde que lo hice público ya no me funciona, me entra la risa...